El ex-Beatle hizo vibrar el madrileño Estadio Vicente Calderón con temas de todas las etapas musicales de su vida. The Beatles, Wings y su carrera en solitario fueron defendidos de forma sobresaliente durante casi tres horas de concierto.
Durante doce años esperamos que Paul McCartney se dejase caer por España. Doce años en los que, sin embargo, hemos podido ver más de una vez a artistas como Bob Dylan, The Rolling Stones o Bruce Springsteen & The E Street Band. Esa exclusividad que siempre ha rodeado a la banda de rock más grande de todos los tiempos sigue acompañando a uno de sus miembros supervivientes, pero de qué manera nos compensó Sir Paul la larga espera.
Con “A Hard Day’s Night” comenzó un show inolvidable para todos los asistentes. En un setlist perfectamente estructurado, McCartney reivindicaba sus últimos trabajos con temas como “Save Us” o “My Valentine”, acompañada por una proyección en la que aparecían los actores Johnny Depp y Natalie Portman. Las canciones más cañeras de Wings sonaron con más fuerza que nunca; los guitarrazos de “Letting Go” y “Let Me Roll It” aceleraban el pulso de las más de 40.000 personas que albergó el estadio del Atlético de Madrid.
Desde el inicio del concierto Paul se mostró de lo más simpático, haciendo gala de ese carácter gracioso y entrañable que predicaba desde sus inicios con The Beatles. Un “¿Qué pasa, troncos?” que no pasó desapercibido para nadie, continuos agradecimientos y el esfuerzo de hablar en castellano tanto como pudo fueron herramientas que, sumadas al obvio y sensacional poder de las canciones, mantuvieron enganchado al público durante todo el bolo. Vale que tenía “chuletas” repartidas por distintos puntos del escenario, pero ya es mucho más de lo que otros músicos legendarios pueden decir.
Uno de los momentos más emotivos se vivió cuando el estadio se iluminó con luces provenientes de linternas del móvil mientras sonaba “Here, There And Everywhere”. Con las emociones a flor de piel tras este tema contenido en el álbum ‘Revolver’, Paul dedicó a Linda, su fallecida primera esposa, “Maybe I’m Amazed”. Sin duda, es una de las mejores composiciones de McCartney en solitario y fue coronada con la espectacular calidad de Rusty Anderson a la guitarra, quien lleva ya quince años junto al de Liverpool.
En un viaje musical de más de 50 años, no faltó un recuerdo de la banda que acabaría siendo The Beatles. “In Spite Of All The Danger”, de unos jovencísimos Quarrymen, sonó con todo su espíritu country-blues. Pocos años más tarde, los cuatro chavales de Liverpool publicaban su álbum debut ‘Please Please Me’, que les lanzaría al estrellato y desataría la beatlemanía. En este disco, lleno de joyas, se encontraba “Love Me Do”, cuya armónica empuñada en el Vicente Calderón por Paul Wix, llenó de nostalgia los oídos del público.
Demostrando su polivalencia instrumental, McCartney tocó a lo largo del show su mítico bajo Hofner, el piano, la guitarra eléctrica y la acústica. Es con esta con la que, sobre una plataforma que se elevaba hasta lo más alto del montaje de luces, interpretó “Blackbird” y rindió homenaje a su amigo y compañero John Lennon con “Here Today”, escrita menos de dos años después del trágico asesinato del carismático Beatle.
Si bien los espectadores coreaban con más fuerza las canciones de los Beatles, recientes composiciones como “Queenie Eye”, “New” o “FourFiveSeconds” estuvieron a la altura de los himnos del siglo pasado y desde luego todo el mundo disfruto de estas con la exaltación correspondiente.
Ya en la segunda mitad del concierto, Paul McCartney y su banda entraron en un bloque de canciones clásicas que sacaron la pasión, la emoción y las lágrimas de los asistentes. “Eleanor Rigby” y sus violines que emulan sonidos barrocos y la psicodelia circense de “Being For The Benefit Of Mr. Kite!” precedían otro de los momentos memorables de la noche. Ukelele en mano, McCartney rememoraba una escena junto a George Harrison en la que tocaban “Something” con el instrumento hawaiano. Y de esta manera comenzó el tema compuesto por Harrison, cuando entró el resto de la banda en el solo de la canción, haciendo de ella una versión excepcional.
Y tras la calma, llegaba la incendiaria “Live And Let Die” acompañada por fuentes de fuego que se disparaban en cada estribillo junto con fuegos artificiales que sobrevolaban el estadio.
La simplona a la par que alegre “Ob-La-Di, Ob-La-Da” nos conducía a “Band On The Run”, otra de las icónicas composiciones de la carrera en solitario de Paul McCartney. Un servidor se emocionó especialmente con esta canción. En clave de clamoroso rock, “Back In The U.S.S.R.” provocaba la agitación colectiva, que cesó con los primeros compases de “Let It Be”; un torrente de sentimientos brotaba con cada acorde del piano de cola de Paul. Y tras la calma, llegaba la incendiaria “Live And Let Die” acompañada por fuentes de fuego que se disparaban en cada estribillo junto con fuegos artificiales que sobrevolaban el estadio.
La gente, sumida en esa espiral de revoluciones y nostalgia por la era beatlemaniaca, no quería hacerse a la idea de que este singular evento estaba llegando a su fin. Tras un brevísimo descanso de McCartney y su banda, volvió al escenario solo con la guitarra acústica brindándonos una preciosa e íntima interpretación de “Yesterday” que logró que a muchos de los presentes se le saltasen las lágrimas.
Como colofón, Paul arremetió la recta final de un show apoteósico con brillante medley en el que se unían las canciones “Hi Hi Hi” de los Wings y “Birthday”, “Golden Slumbers”, “Carry That Weight” y la oportuna “The End”. Confeti y más fuegos artificiales ponían el broche de oro a una noche inolvidable.
Sin tregua, Paul McCartney nos regaló un concierto que quedará marcado a fuego en nuestra memoria y nuestras retinas. A sus casi 74 años demostró aguante que se escapa a nuestro entendimiento y nos obsequió con todas aquellas canciones que forman parte de la banda sonora de nuestras vidas.
No sé si los Beatles llegaron a ser más famosos que Jesucristo, como afirmaba Lennon, pero lo que está claro es que fueron un fenómeno inigualable y su legado sigue a buen recaudo en manos de McCartney.
Por Juanjo Riesgo