Que me perdone el jefe Gabo por tomarle prestado el título que mejor define lo que viene a continuación. El miércoles 1 de junio arrancaba la 16ª edición del festival Primavera Sound en el Parc del Fòrum de Barcelona con una serie de conciertos gratis para comenzar a alimentar a la bestia en la que se convertiría los siguientes días, una bestia que había vendido absolutamente todo. Durante tres días, el Fòrum iba a ver pasar por sus más de 10 escenarios a artistas de lo más variopintos: desde Radiohead a Los Chichos pasando por Sigur Rós, Tame Impala, Pusha T, Thee Oh Sees o Brian Wilson defendiendo Pet Sounds.
Podría dedicar este artículo a contar estoicamente cómo fueron los conciertos por los que me dejé caer cada día, pero no me leerían a partir de aquí, es lo que todos publican. He dicho que era la crónica de una muerte anunciada porque si alguien no va a un festival a morir no entiendo a qué va. Bueno, sí: a lucirse. Si hay algo que llama la atención en el Primavera Sound es lo mimado que está el aspecto de ciertos individuos, aunque su cerebro puede que no tanto. Desde barbas y melenas largas que despertarían la envidia de la mismísima Rapunzel, hasta tacones imposibles para pasar el día en un suelo de grava andando de una punta a otra del recinto. Para presumir… ya saben cómo acaba.
Esto es el Primavera Sound. Es ese festival en el que además de la pulsera entras con una tarjeta, como en el metro; en el que todo el mundo lleva un vaso lleno en la mano por muy cara que esté la cerveza, en el que siempre huele a mar, en el que llevas los horarios más estudiados que las tablas de multiplicar y en el que corres como nunca para no perderte esa banda que descubriste hace dos días y que toca escondida en el último escenario. Porque somos así, vamos al Primavera a consumirnos. El Primavera es donde se respira, se ve, se oye y se siente la pasión. La misa de los domingos es un chiste al lado de lo que se vive ahí. Primavera es peregrinar un jueves cualquiera a ver a una banda australiana de rock psicodélico y encontrarte en medio de una especie de trance colectivo de miles de personas que sienten exactamente lo mismo que tú. Es magia. Lo sabes cuando se corta el sonido y esos miles de personas siguen cantando el estribillo de la canción hasta que vuelve el grupo a terminarla y rematar su set, del que todo el mundo opina que ha sido “wow”, “buah”, “pfff” o “jooooder”, porque no hay palabras para describir lo que has pasado en ese momento. Lo mismo cuando te vas corriendo al escenario de enfrente y estás sin parar de saltar durante hora y media en LCD Soundsystem rodeado de extraños que te sonríen y a los que devuelves la sonrisa por eso, porque no hay palabras. Ni falta que hacen.
Primavera es perderte el grupo A para ver el final del grupo B que toca antes del grupo C al que quieres ir porque el amigo que acabas de hacer, que es de la otra punta del mundo, te ha recomendado fervientemente que vayas. Porque Primavera también es hablar con todo el mundo. Primavera es hacer borrón y cuenta nueva, olvidarte de todo lo que creías saber y tenías planeado para dejarte llevar por la masa de gente que siente lo mismo que tú y que, al final, incluso puede que tenga razón y buen gusto. Primavera es conocer al amor de tu vida en un concierto y no volverlo a ver. Es esperar horas y horas a tu grupo favorito que, sin despeinarse, te llena el escenario, te vacía el corazón y se va para no volver mientras tú te quedas parado intentando entender qué acabas de ver.
Prueba fehaciente de lo que estoy contando es el silencio que reinaba enfrente del escenario Heineken cuando tocaba Radiohead. Podías oír cómo caían las lágrimas de los presentes. Pasó igual con PJ Harvey, que sin moverse de su sitio arrancó hasta el último aplauso de todo el que pasaba por allí. Primavera es que lleguen The Last Shadow Puppets y se marquen un concierto para quitarse el sombrero, defendiendo tanto sus dos discos como su nueva pose. Que Ty Segall decida meterse en el público y subir al escenario a un chaval a acabar el concierto por él. Es meterse en un concierto de Pusha T y ser el más chungo del hood, o en el dj set de Hudson Mohawke y sentirse en los 70.
Primavera es ver leyendas vivas, es saltar, es gritar, es cantar, es bailar, es pasear, es beber, es cerrar los ojos y decir “qué bien estoy”. Es un trabajo cuidado al milímetro para que puedas decir “qué bien estoy”. Primavera es música, es arte, es cultura y es vida. Pero Primavera también es muerte. Es morir de risa, de pena, de dolor, de cansancio, de ilusión, de nervios, de inanición, de sed, de calor, de frío, de emoción, de puro placer porque llueve, de ganas de ir al baño, de pereza por tener que coger el metro y de aburrimiento si hay que esperarlo.
Y morir de sueño al día siguiente.
Pero vuelves. La del Primavera Sound es la crónica de la mejor muerte anunciada. Muerte por amor al arte.
Por Cristina García
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