Ahora lo que se lleva es Dani Martín

Programar un concierto un domingo a las 7 de la tarde puede ser síntoma de la edad, aunque lejos de parecer un viejuno, Dani Martín sigue estando en plena efervescencia. Cerca de mil parroquianos acudieron a su cita el pasado 28 de mayo en el Teatro Cervantes de Málaga. Su fieles crecen a pasos agigantados, y es que no es raro tropezarse en sus conciertos con adolescentes que rondan los quince años, pasando por los ya no tan jóvenes que han crecido escuchando a El Canto, hasta padres que un día saltaron al ritmo de los Hombres G.

El madrileño se reinventa a cada paso, señal inequívoca de un éxito garantizado en taquilla. Ha hecho pleno en todos y cada uno de sus más de 20 bolos con los que ha recorrido el país en el primer tramo de su montaña rusa.

Su último disco, sentimental hasta la médula, sirve de aperitivo para arrancar las primeras vibraciones en el respetable. Un primer asalto en un ring de boxeo en el que se juega a vacilar. ‘Ey, nena, eres tan bonita y sabes jugar siempre a chulearme’, entona Martín en uno de sus temas más recientes.

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Carmen Aporta

Con mirada desafiante y estética punk (leopardo, purpurina y una decoloración azul), el madrileño caldea a su público hasta hacerlo bramar. Tras cerca de una hora sin apenas descanso, encara una tramo en el que aprovecha para dejar constancia de su potencial vocal, lanzándose, por poner un ejemplo, a cantar en inglés con ‘Feel’, de Robbie Williams, con el que compartió un dúo hace unos meses, demostrando una vez más que no se pone límites.

Siempre con el puño en alto, Dani Martín barre para casa defendiendo el pop-rock español, con espacio, incluso, para homenajear a Los Rodríguez, consiguiendo lo imposible: que jóvenes y no tan jóvenes entonen al unísono un tema que triunfó en los 90.

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Tras siete años emprendiendo travesía en solitario, Martín batalla frente a frente consigo mismo, se enamora y se desenamora, pelea y se desarma, siente pero también vacila. Crece, pero sigue siendo un Peter Pan. Luce músculo y demuestra que el paso de tiempo le mejora y, lejos de acomodarse, escapa hasta de sí mismo para estar siempre al borde del precipicio. El vértigo le mantiene alerta. Y al final, la montaña rusa para en seco.

Y uno tiene ganas de más.

 

 

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