Carla Simón se ha convertido a sí misma en película. Ha reconectado con su historia y ha mostrado al público con ternura cómo se vive la muerte siendo niño, de una forma callada, contando las cosas sin decirlas. ‘Verano 1993’ brilló en Berlín reconocida como Mejor Opera Prima y con el beneplácito del jurado joven. Aunque la directora confiesa que aún no ha podido asimilar todo lo que está pasando, el film ha llegado al Festival de Málaga como una firme propuesta, arriesgada y acertada, para triunfar, cumpliendo expectativas.
¿Cómo se explica la muerte? ¿Cómo se llega a entender lo que la rodea? ¿Cómo se gestionan las emociones? La histeria y la calma, los gestos, silencios. La directora catalana decidió aprovechar sus recuerdos, los que le contaron sus familiares, para arrojar luz al asunto. ‘Verano 1993’ es un desnudo emocional que cuenta la fugaz mudanza de vida que vive Frida, la protagonista, tan solo unos días después de que sus padres mueran por el sida. Su nueva familia, sus tíos, cuenta además con un miembro más. Una hermana pequeña, Anna, que le ayudará a sobrellevar la tristeza con su particular ingenuidad. Ambas actrices, Laia Artigues y Paula Robles, de 4 y 8 años, se presentan inmensas, manteniendo el tipo en las cerca de dos horas que dura la película. Ambas aparecen a solas encarando diálogos profundos: «Es una película de adultos hecha por niños», explica con orgullo su directora.
La trama, hecha a la altura de las rodillas, se completa con Bruna Cusí y David Verdaguer, encarnando a unos padres preocupados e inexpertos que acabarían dando la vida por el bienestar de sus pequeñas. Con sutiles pinceladas, la catalana logra narrar cada vértice de la realidad de aquella época, como el estigma del sida, una enfermedad por entonces desconocida. Cada secuencia encierra dentro sí una verdad profunda desde un prisma inocente: el coraje de Frida, incapaz de aceptar su destino; la preocupación de la pequeña Anna, ajena a lo que ocurre y empeñada en acompañar todo el tiempo a su hermana mayor; o la inexperiencia de Marga y Esteve ante una situación que les viene grande.
La película irradia verdad. Es tierna al representar algo tan crudo. Una factura que desprende color y un hilo musical que aporta sosiego. Carla Simón ha convertido un proceso introspectivo en la materia prima de una película que, hasta el final, refleja lo que no se dice. La directora catalana pisa fuerte dando pasos agigantados con los pequeños pies que apenas sostienen a Frida.