‘EURORRISIÓN’: El televoto, Australia y Justin Timberlake

Risión: f. coloq. Persona, situación o cosa que mueve a risa. (RAE)

Todos sabemos que ha sido Eurovisión este fin de semana, ya sea porque lo vimos o porque hemos oído hablar de ello hasta la saciedad. También sabemos que es un concurso musical en el que se premia el talento, pero no el musical. Hay urgencia por ponerle un nombre a ese talento que exhibimos año tras años ¿representando? con ¿orgullo? a nuestro país. He decidido cambiarle el nombre a Eurorrisión en honor a mi abuela, que de vez en cuando me dice que voy hecha una risión, algo así como “cámbiate esas pintas o te desheredo” pero dicho con salero.

Ahora sumad dos más dos y entenderéis mi ingenioso juego de palabras. Quiero disculparme porque este artículo iba a tratar sobre la actuación de Justin Timberlake en el festival, pero no puedo hablar de algo que no da para más de dos párrafos, no me dura tanto la atención.635988440047140456-AFP-551861748_2283256_ver1.0.jpg

El quid de la cuestión es que, una vez finalizadas las actuaciones de los 26 países participantes y tras el pertinente repaso de cada una; entended que son 26 canciones en distintos idiomas (joder, ¡este año ha ganado una canción en tártaro crimeano!) y no se recuerdan fácilmente, aún menos si te has estado fijando en los vestidos, en el colocón que llevaba el holandés, en la puesta en escena -especial mención aquí a la actuación de Rusia-, o si has montado una Europarty en la que corren bebidas espirituosas para ayudar a un correcto visionado de la gala); quedan abiertas entonces las líneas telefónicas para comenzar las votaciones.

Para llenar ese hueco de votaciones que antes era de publicidad y discusiones sobre el destino Erasmus según las actuaciones de la gala, este año la organización pensó que sería una brillante idea tener a Justin Timberlake interpretando el single de su último disco, “Can’t Stop Feeling”, y su conocida “Rock your body”. Nunca había visto un Eurovisión tan esperpéntico, ni siquiera con Rodolfo el Chikilicuatre, ni Verka Serduchka, ni Lordi en 2006 haciendo una canción decente, algo impensable tratándose de Eurovisión. Primero participan países que, para mi sorpresa, debieron incorporarse ese mismo día a nuestro continente y yo no lo sabía, como Israel o Australia, ésta última con una representante de origen coreano. Después, me entero de que han cambiado el sistema de puntuación, ahora se dan sólo los “12 points” desde cada capital, luego los votos de un jurado profesional y, para acabar, la guinda del pastel: el televoto mágico que decide en el último momento el ganador de la gala.Jamala-ucraniapremio.jpg

Y ya cuando quiero ir a evacuar las bebidas espirituosas de mi Europarty, me cuelan el intermedio de la SuperBowl con Justin Timberlake y dejo de entender el mundo que me rodea. Supieron compensarlo con una recopilación de las mejores canciones suecas en 4 minutos, alegrándonos la vista y el oído, y acabaron de rematar una gala maravillosa con el reparto de los votos, manteniendo con una enorme ironía a Australia como la ganadora del certamen hasta que llegó el televoto. Esta nueva herramienta ha salvado a Europa de otra guerra mundial otorgando el premio a Ucrania y rescatando al Capitán Garfio, representante de Polonia, de los últimos puestos de la lista. No olvidemos que gracias al televoto, Australia se ha librado de sufragar los gastos de la siguiente edición en un país europeo, aunque esto lo supimos después.th000014_1.jpg

Durante esos momentos de incertidumbre en los que iba ganando Australia, Europa temió que la gala del año que viene fuera emitida de día porque nadie sale a celebrar nada importante de día. Al final todos ganan. En definitiva, Eurovisión ha vuelto a probar nuestra capacidad de sorpresa, llevándola a un extremo que sólo podrá superarse el año que viene desde Ucrania, con lo más hortera de cada país luchando por arreglar diferencias políticas en un concurso de talentos europeo con representación de cada continente (excepto África, que sabemos que no existe). ¿No es asombroso el ser humano? Y todo esto sin hablar de España y su «Say yay!».

Por Cristina García

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